Desde que el hombre de las cavernas vio salir fuego de un árbol destrozado por el potente y estruendoso rayo ha tenido la necesidad de preguntarse y buscar las respuestas a esos enigmas que le produce el mundo. Y prueba de ello son las imágenes que dibujo sobre las cavernas. Formas simples y de colores rojizos dan cuenta de su existencia, escenas de caza, danzas rituales y nacimientos. Más que un registro de su entorno, tenía el interés de dejar un legado a las demás generaciones. Una huella indeleble con el paso del tiempo. Tales imágenes no fueron concebidas por obra y gracia del azar como pensaran algunos. Eran parte de esas respuestas que buscaba en su afán por comprender aquel enigma: el mundo.
A medida que el hombre evolucionaba la imagen también. Siempre estuvo ahí registrando sus creencias y concepciones. La imagen a través del tiempo ha tenido un fin ritual, y tal fin esta en algo específico, la conciencia de muerte. “Lo primero que hiso el hombre al descubrir que era una criatura mortal, fue levantar un túmulo” decía Octavio Paz. Si miramos el sarcófago de un egipcio o los entierros de los Incas y todo el ajuar que contienen podemos comprobar que la afirmación del escritor mexicano es completamente cierta. El hombre tiene el irremediable deseo de perpetuar su memoria, mostrar a los otros su existencia. La imagen nace también con el ánimo de hacer la vida más llevadera, entendiéndola como un ciclo al que todos, irremediablemente, están llamados a trazar y seguir.
Surge para registrar el acontecer diario. Las cuevas de Altamira o Lascaux con sus pinturas rupestres nos describen cual fue eje central para el hombre que las hábito: la caza. Si miramos con detenimiento los objetos hechos en oro por nuestras culturas precolombinas donde deidades zoomorfas son representadas con detalle, podemos comprender la importancia que tenia para ellos la naturaleza y su estrecha relación con el hombre. Mirando también los jarrones griegos con sus formas estilizadas de contornos negros sobre fondos amarillos representando escenas cotidianas y grandes batallas o las estatuas de mármol de los emperadores romanos con su imponencia podemos analizar no solo parte de su quehacer diario sino también como el poder y la guerra formaron toda su concepción filosófica, política, económica y social. La edad media con sus figuras planas y cubiertas, carentes de volumen, dan cuenta de ese miedo infundado hacia el cuerpo y demás “tentaciones”, el Renacimiento con sus composiciones bien logradas a partir de la perspectiva llevando a la práctica las teorías humanistas sobre un nuevo renacer. La exageración y sensualidad del barroco, el confort y el nacimiento de una nueva clase social, la pequeño- burguesía, son registrados por el naturalismo y el clasicismo con sus vistosos paisajes, retratos y demás alegorías. El yo interior sobrecogido ante la magnitud de la naturaleza lo retrata el romanticismo. Los avances de la técnica así como otra mirada del mundo y la luz son registrados por el impresionismo. El caótico siglo XX con dos guerras mundiales que devastaron lo que hasta un momento se denominaba civilización fue el detonante para que el expresionismo, el cubismo, surrealismo y demás vanguardias elaboraran una imagen atormentada, fragmentada y locuaz de ese mundo que había perdido el rumbo. Una colorida Marilyn Monroe reproducida centenares de veces es la puesta en escena de una sociedad consumista, ávida de todo lo masivo; las sociedades de postguerra enfrentadas al crecimiento arrasador hasta llegar a un cuerpo flagelado, herido, intervenido como lo propone el performance y el accionismo cuyo cenit se deslumbro entre los años 70 y 80. Las fronteras son un cuento pasado en la aldea global y la era del internet, la cual vivimos ahora en todo su furor. Vemos un fluir exagerado de imágenes, virtuales ya, el arte conceptual plantea nuevas posturas, una imagen hecha a partir de las ideas.
Al igual que los países y demás creaciones del hombre, la imagen evoluciona y es un vivo retrato de su tiempo. La historia se ha contado por medio de palabras pero siempre acudirá a ella como prueba fehaciente de aquello que nos está narrando es cierto, una evidencia clave, como la que utiliza el detective para reconstruir los hechos y dar con el culpable. Va mas allá de ser ornamental, como la han encasillado algunos. Tiene una función más trascendente: La de comunicar, difundir y sintetizar las ideas. Así como el que maneja la información y el discurso tiene el poder, las imágenes complementan tal necesidad, aunque muchas veces terminan siendo un arma de doble filo, dependiendo de esas otras intenciones con las que se pretende usar; Casi siempre para redimir y elogiar a los que llevan la delantera y hundir y desprestigiar a los que van detrás o tienen que hacer las veces de vencidos. Buenas o malas, el hombre con su afán desmedido por llegar al “paraíso” a cualquier costa le ha asignado tales características.
Felipe Sánchez Hincapié
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